
I) Introducción: Dios como misionero – Job 1.14
Desde el principio Dios ha venido al encuentro del hombre y la mujer, siempre para anunciarles un nuevo y bendecido propósito. A si fue con Abraham: “…de ti haré una gran nación en ti serán bendecidas todas las familias de la tierra…” Dios tiene un gran propósito para la vida humana, un sueño de paz, gracia y vida abundante.
La famosa restauración, liberación y alianza de Dios con Moisés y el pueblo de Israel, en su liberación del yugo del faraón, tuvo en Dios la iniciativa misionera. ¡Si, el Dios de la Biblia, es un Dios misionero! Pues su palabra a Moisés fue: “¡Yo oí el clamor de mi pueblo!”
Como resultado coherente es la encarnación de Jesús que traducido en el mensaje inspirado del Evangelio de San Juan dice: “En el principio era el verbo, y el verbo estaba con Dios, y el verbo era Dios… Y el verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del padre” (Job 1,1 y 14).
Así, Jesús es la propia presencia de Dios misionero invitándonos a conocerlo y servirlo. Dándonos justicia, gracia, perdón y verdad. Nosotros que estábamos destinados a la condenación, fuimos rehabilitados por el poder de la gracia perdonadora revelada en la vida, pasión y resurrección de Jesús. Se refiere a Dios viniendo en nuestra dirección, tal como somos, en lo que necesitamos.
II) Jesús un misionero – Lc 4.16-20
El padrón misionero de Jesús puede ser entendido en las múltiples expresiones del ministerio de Jesús. Pero, sin duda, la mejor manera es la dada por Jesús en su discurso misionero en la sinagoga de Nazaret.
Este texto ha sido llamado del discurso de la misión. No hay duda, en el Jesús revela sus propósitos, verdaderamente define la que él entendía ser su misión.
Por otro lado, tenemos la lectura del texto de Isaías (Is 61,1-2) una legítima esperanza, cultivada hace mucho, en la cual se anhela el momento en que Dios restablecería el equilibrio y la justicia de toda la Creación.
- Donde y para quien Jesús expuso su misión:
Este discurso empieza en un marco bastante difícil. Jesús está en su tierra, en la ciudad donde creciera y trabajara en el taller de la carpintería de su padre.
Por supuesto que algunas personas, por allá, de la sinagoga eran sus parientes, algunos no habían estado de acuerdo con su salida, y su apoyo al movimiento de Juan Bautista. En estas condiciones vuelve Jesús a Nazaret y lee el mesiánico mensaje de Isaías: “En mi se cumplió este mensaje que han oído.” Sus amigos y parientes se miraron unos a otros y dijeron: “¿No es este el hijo de José?” Se quedaron pensando: “¿Cómo él irá a conseguir realizar tales ideales?”
- ¿Cuáles eran los ideales de Jesús?
Al final, ¿cuáles eran estos grandes ideales? La respuesta es el resumen de la Misión de Jesús:
- a) “ Él Espíritu del Señor esta sobre mi porque me ungió…”
La espera del ungido era la realización suprema de las esperanzas del Pueblo de Israel. El Mesías era el ungido de acuerdo al propio sentido de la palabra Mesías– Cristo. Así se presentaba Jesús.
Podemos decir, la misión de Jesús, del mismo modo que realizaba un propósito de Dios (Lc 3,22), daba atención a la esperanza mayor del pueblo.
Como dijeron los peregrinos de Emaús: “Nosotros esperábamos que fuera Él que habría de redimir a Israel”. (Lucas 24,21)
De esta manera, el Mesías Jesús como Ungido del Señor traería las primicias de una nueva creación, donde todo comienza por la unción y presencia del espíritu del Señor.
Así la misión del Mesías tiene como base la dependencia a la unción del Espíritu, el cual recreará a través del Mesías Jesús las señales de una nueva creación, de una nueva orden llamada Reino de Dios y de una nueva comunidad como continuadora del Reino por Él iniciado.
- b) “…Él me ungió para evangelizar los pobres…”
La unión del Mesías se da para la realización de los propósitos de Dios. El primero de ellos: Buenas Nuevas a los pobres.
¿Qué puede ser una buena nueva a los pobres?
¿Podría ser que cuando ellos murieran tendrían un lugar en el cielo? ¿O, que ellos, serian libres del yugo del dominador extranjero, en este caso los romanos?
En verdad la Buena Nueva – Evangelio – puede ser todo eso que dijimos y mucho más. El Evangelio es y siempre ha querido ser para los pobres una respuesta inmediata, y una respuesta eterna, el hoy y el mañana. La parábola del rico y de Lázaro ilustra el carácter de la bendición futura para los pobres (Lucas 16,19-31), pero también es denuncia contra los ricos del presente. Por otro lado, en Hechos 4,34, el Evangelio convierte el corazón de los ricos, y ellos les dan a los pobres, de manera que las necesidades de estos son atendidas. En este sentido la Buena Nueva atiende a los pobres de modo inmediato también (Lucas 18,18-23; 19,8). Sin excluir la necesidad de que se conviertan al Evangelio.
- c) “Me envió para proclamar liberación a los cautivos y recuperación de visión a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos. “
Para que entendamos tal afirmación de la profecía, y la retomada que Jesús hace de ella. Debemos conocer algo importante de la Ley de Israel, como elementos de la Alianza de Dios con el pueblo del Sinaí (Lv 25,13-21; 25,35-55; Ex 21,2; Dt 15,12).
Dios había instituido el año sabático y el año del Jubileo. A cada siete años las deudas deberían ser perdonadas. En el quincuagésimo año (cada 50 años), no solo las deudas eran perdonadas, como también las propiedades volvían a sus antiguos dueños, que por motivo de pobreza las habían perdido. La tierra descansaba y los esclavos eran liberados. Era un año de gracia, comunión y liberación de los esclavos y restablecimiento del derecho de los pobres. Así el tiempo del Mesías cumpliría tal ley dada por Dios y que las autoridades en Israel siempre habían aplazado.
La recuperación de la visión a los ciegos anuncia la cura que traería el Mesías a los enfermos, considerando que la ceguera era una enfermedad señal del pecado de los antepasados y de acuerdo con la teología de los fariseos, tales personas eran impuras…
Por todo esto, el tiempo de la llegada del Mesías habría de ser un nuevo tiempo, el año de la Gracia de Dios, tiempo en el cual todos los arrepentidos dieran oídos a la predicación del Reino de Dios traída por el Mesías (Lucas 4,43), y a Él se convirtieran, se volverían favorecidos y proclamadores de este Evangelio dando continuidad a la misión de Jesús.
III) Del Padre para el Hijo (Jesús), de Jesús para nosotros (Job 20.21-23) (Mt 28.18-20)
Jesús después de haber realizado su ministerio afirmó: “Padre, yo te glorifiqué en la tierra, consumando la obra que me confiastes” (Job 17,4)
Jesús consumó su obra, y nos entregó su continuidad, el texto de Juan deja esto muy claro, como Él fue enviado, nosotros somos enviados por Él.
La pregunta inevitable es: ¿Para qué somos enviados? ¿Aún, debemos o no obedecer? En esta pregunta hay una respuesta implícita en la gran Comisión de Mateo, o sea, Jesús afirma que toda la autoridad le fue dada, así no resta, a nosotros cristianos que hemos experimentado la vida y la bendición de la salvación, sino que seamos humildes y obedientes, acogiendo este ministerio con prontitud y dedicación. Muchas vidas son carentes de gracia, amor, justicia, que solamente Jesús puede darnos.
Por otro lado, si oímos al Apóstol Pablo, aprendemos con él que ser enviado por Dios no es una opción, sino una obligación de ser anunciador del Evangelio de Jesucristo (I Co 9,16).
Pero, al final ¿En qué consiste esta misión o mandato misionero?
La principal idea se encuentra en el texto de la gran comisión de Mateo 28,18-20. La primera orden es yendo, y no id como muchas veces hemos entendido, el verbo ir está en una acción continuada, expresando que la iglesia es un movimiento, en pueblo en marcha, no siendo posible imaginar un grupo cerrado o entre cuatro paredes. Otro ejemplo es el envío de los 70 discípulos, Jesús los envió de ciudad en ciudad, de aldea en aldea (Lc 10,1-5). Esta dinámica bíblica e itinerante hace parte de la historia del Metodismo Primitivo. En este sentido, entonces, el mandato misionero es orden en ser un pueblo en marcha, en caminada, en la búsqueda del afligido, del triste, del enfermo, en fin de todos los que necesitan de una demonstración poderosa del amor restaurador del Señor.
¿Qué hacer con las personas a las que somos enviados? El texto es claro, pues afirma, imperativamente: ¡Haced discípulos! Si, hacer de todo ser humano un discípulo, seguidor de Jesús. Esta es una orden dada por Jesús. ¿Pero cómo, con qué condición, con que poder? La respuesta a esta cuestión puede ser encontrada en la promesa de Jesús a los discípulos posterior a la resurrección: “Mas recibiréis poder al descender sobre vosotros el Espíritu Santo y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1,8).